ROBERTO CAZORLA BIOGRAFIA
   
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ROBERTO CAZORLA VISTO POR LA POETISA CARILDA OLIVER LABRA

 

            El Ateneo de Mariano recibe hoy a un poeta. Anunciado así no parece el asunto de importancia. Pero considerando lo difícil que resulta actualmente dar con un poeta genuino, se ve que estamos en trance útil. Sólo que, no sabemos por qué, a veces los hechos más fundamentales adquieren leve corporeidad y apenas nos percatamos.

            Aquí va a decir su palabra un poeta esta noche. Es señores, tan importante como presentarles un árbol: algo que florece y llama, algo generoso y puro. Consumándose para la belleza. Aquí va a decir su palabra un poeta esta noche; es como abrir paso a la luz, y la luz tiene todas las explicaciones.

            Estoy porque sobra este antecedente; abunda este prólogo, esta guía para la voz iluminada que vendrá después. El poeta no necesita relámpagos que le precedan. El poeta se recomienda solo. Llega y expende. Eso es bastante. Eso es todo.

            Pero se me cita esta noche espléndida. Se me convoca a este rato con la hermosura… ¿Y, cómo negarme a ser testigo feliz del encuentro de ustedes con Roberto Cazorla? ¿Cómo regarle el hombro hermano en un momento así de tan íntima y ansiosa gloria para él? Ah, no, que le conozco y sé cómo ha de vibrar esta circunstancia en su vida; que le conozco y sé como asume ya dimensión de regalo esta noche en su memoria. Al fin se materializa un trémulo deseo, un afán desde la adolescencia, un propósito otras veces fallido. Roberto Cazorla va a decir sus versos… Se ha roto, pues, los presagios. Se ha abolido el imposible. Durante años, por una u otra razón, su poesía hubo de permanecer cerrada, absorta entre gavetas, empolvándose en papeles amarillos. Durante años era solamente un secreto suyo, un dorado misterio, una infinita Caja de Pandora sin llaves.

            El poeta deseaba darse, y, siempre, un no se interponía. El poeta iba a cantar y la espiga se secaba en medio de su arrebato. Todo era coágulo entonces. En este libro no pudo ir su poesía, en aquel proyecto para leer sus versos cayó la ceniza o no se sabe qué… En, fin, nunca. Pero la Poesía conoce sus caminos y a veces nos burla a todos, y contra sombra huracanada, vuela. Este es el caso.

            Oiremos a Roberto Cazorla. La Poesía ha podido más que conjuros y desgracias. La Poesía ha podido más. La Poesía siempre puede más que todo.

            No sé si me entendéis. Por otra parte no hace falta que me entendáis sino a medias. En lo que quiero decir vive tanta cosa inefable y el vocablo humano es tan impotente a veces que debemos enterarnos por otras señales; éstas que vibran ahora aquí en el espacio, éstas que les hago con el alma y parecen pequeñas, inadvertidas, y son, sin embargo, más que suficientes.

            Se me ha pedido que presente a Roberto Cazorla… Bueno, ¿y cómo hablo yo de un río, de una piedra, del sol o de la hormiga? ¿Cómo hablo de una carne que está habitada? ¿Cómo les meto en unas cuantas definiciones a este hombre que sueña, y les certifico: “Roberto es así”…?

            Podría, desde luego, acudir a nuestro encuentro. Contarles como conocí a Roberto… Vaya, voy a decirlo; porque la anécdota tiene raíz y propone alas.

            Hace como siente años llegó a mi mesa de trabajo una breve invitación firmada por un actor joven… casi un adolescente a quien no conocía. Se trataba de la presentación en el pueblo de Ceiba Mocha de la obra “La Ramera Respetuosa”, original de Sastre. La tarea –absurda- iba a emprenderla un muchacho sin experiencia, de pocos años, que había fundado un grupo teatral en Matanzas sin más crédito que el de su fervor artístico. Entusiasmada por la perspectiva de ver semejante obra en un pueblito de provincia arme una corta caravana con mis compañeros de la Peña Literaria y nos dirigimos al estreno. Cuando el muchacho salió a escena vi que aquel no era Fred, el personaje sartreano, sino un hombre luchando contra su medio social, un artista esforzándose por romper los convencionalismos y las trabas perniciosas… No era Fred, no; era simplemente Roberto Cazorla que había improvisado la libertad en Ceiba Mocha, tierra de campesinos. Era simplemente Roberto Cazorla, tratando de salvar a aquella pobre gente de sus prejuicios mentales, de sus inhibiciones… Pero Ceiba Mocha no entendía, no entendía aún, no podía entender. Y sucedió una cosa terrible para alguien que no tuviese algo de Quijote, algo de héroe romántico, algo de fuerza interior insobornable: La gente empezó a apararse, a protestar; los hombres querían pegarle, acabar violentamente la función porque estimaban que aquel actor era un inmoral que había ido a imponer escenas vergonzosas a sus mujeres. Lizzie, en su camisa de noche transparente, con su lenguaje descarnado, era una afrenta. El mensaje no llegaba… Los campesinos cada vez se indisponían más. Algunos salieron a buscar palos y piedras y otros nos poncharon las gomas de los automóviles a los matanceros visitantes. Era un sabotaje de protesta. Estimaban que también los poetas que habíamos decidido ver aquel acto insólito éramos cómplices en lo que ellos calificaban de “falta de respeto”. Roberto se mantenía en escena. No temblaba. Se erguía. Como se yerguen las palmas de Cuba bajo el rayo cuando han decidido ser libres.

            En el entreacto las amenazas subieron de tono. Entré al cuarto en que se vestían los actores. En ese momento nos encontramos por primera vez. Fue un encuentro hermoso, particular, extraño, rodeado de circunstancias insólitas, un encuentro original y fundamental. Estaba pálido, con esa emoción triste que da el fracaso, pero firme. Me advirtió: “La función sigue; tiene que seguir”. Y entonces me sugirió que le hablara el público.

            Salí a escena en medio de una rechifla general. Un campesino me hizo señas malas, otro me tiraba besos aparatosamente… Quedé en silencio mirándolos, comprendiéndolos, queriéndolos, acercándome a ellos, abrazándolos a todos con la mirada… Mis pobres guajiros… ¿Y qué iba yo a decirles que les contuviera sino las palabras del amor?

            Recuerdo sólo el comienzo de aquel breve discurso loco, pero cálido. Recuerdo que les dije: “¿Y por qué no va a poderse montar esta obra en Ceiba Mocha si se hace en París, y en Londres y en La Habana, y Ceiba Mocha es mejor que París y que Londres y que La Habana? ¿Sabéis que es mucho mejor para mí porque aquí en vuestra tierra pobre nació mi padre…?” Y proseguí con algunas otras cosas que me dictaba la ternura, y, como el amor es el único medio, el amor ganó la partida. Ya la gente se avergonzaba un poco de no comprender a Lizzie y a Fred y al negro y al Senador… Después los campesinos nos cambiaron las gomas del automóvil que ellos mismos habían ponchado.

            Decidme si no hubo poesía en este encuentro. Si no traigo, al recogerlo de ayer, un poco, un mucho de Roberto, de lo que es Roberto en su capacidad de resistencia, en su pasión humana de lucha.

            Basta decir que hizo ambiente teatral en Matanzas. Con un tensón insuperable escribía las obras, las montaba, se ocupaba de vestuario, propaganda, venta de localidades, escenografía, etc. Al propio tiempo que actuaba y dirigía. En un medio tan hostil su invencible energía a veces espantaba. Además hacía radio, con libretos suyos, en programas difíciles de subvencionar. Estas cosas en provincias son problemáticas. Él era pobre, tan pobre que trabaja de dependiente en una tienda. La tienda tenía un nombre impropio: “La Estrella”. En “La Estrella”, por contraste, Roberto tenía que barrer. A veces llegaba a verle y Roberto, con disimulo, dejaba la escoba a un lado. “¡Ah, -pensaba- no sabe que yo también barro, que todos barremos, que ojalá que todos barriéramos, que el mundo es de los pobres que barren”… Cuando el dueño se entretenía con algún cliente o amigo Roberto escribía versos, versos, versos…

            No supo que era poeta hasta que nos encontramos. Había escrito desde los once años, pero no llegaba a comprender qué era lo que le sucedía. Es una suerte que he tenido, ese es un milagro que le agradezco. Pero estoy segura de que ya era poeta a los once años cuando trabajaba por tres pesos mensuales como cocinero. Estoy segura de que Roberto en aquella ocupación miserable se habrá entretenido cocinando rosas.

            Y que poeta habrá sido aún mucho antes, durante todas sus acciones vitales; pero empezaron los versos a fomentar nuestro trato. Allí, en papeles de envolver, sobre los mostradores de “La Estrella” desataba su mundo interior.

Fueron primeros los sonetillos. Eran tristes, eran también enamorados.

            Comenzaba su verdadero destino, el destino del creador. Ya no le bastaba la interpretación de la verdad de otros; iba derecho, decidido, consciente de su necesidad real hacia la propia expresión. ¡Qué sensibilidad buscando cause, qué sangre debatiéndose, regalándose siempre! ¡Qué lucha por no caer, por acompañar los sueños siempre!

            Así vino a La Habana con sus ilusiones de actor, sus desvelos de poeta, sus traumas de la infancia, sus conflictos familiares, su combate psíquico. Televisión, Teatro, el trabajo de oficina en una Embajada… Y el tedio nuevamente. Roberto sabía que en las Embajadas también se barre. Que siempre se barre. Que barreremos siempre. Y que hasta es conveniente, porque establece el equilibrio entre la demasiada fuga y el fatal asidero.

            Su poesía ha sufrido transformaciones. Cuenta ahora con cierto aderezo técnico que no le invalida la gracia. Aunque se base en concreciones, su general hermetismo la vuelve un tanto abstracta. Sucede cuando el poeta no quiere desnudarse, cuando cuida sus misterios, sus intocables sitios de penumbra.

            Pero a veces una las claras herramientas de la ternura y entonces las palabras son simples besos, alianzas telúricas con todo ser creado.

            Es preciso anotarle una determinante: la espiritualidad. Nunca el mal gusto ni el verbo fuerte ni el tema escabroso. Siempre la fragancia, siempre la nube.

            Sosegada y ardiente, tremante y soñadora, sencilla y confiada, alegre y dramática, simbólica, comprometida sólo consigo, veréis que el poeta se le parece, que el poeta es sólo la envoltura carnal, la forma física de su Poesía.

 

Carilda Oliver Labra. Ateneo de Mariano, La Habana, Cuba, el 28 de marzo de 1962.

 
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